miércoles, 12 de marzo de 2014

Para no olvidar.

Lucía siempre dejaba post-its para recordar todo, tenía en el frigorífico para saber qué debía comprar, en el espejo del cuarto de baño para no olvidar las cremas, en la puerta para no dejar el gas encendido, ni tampoco ningún aparato.
Probablemente era la persona más olvidadiza que nunca conocí, pero siempre eran pequeñas cosas las que no recordaba. También se olvidaba de algunas fechas importantes como el cumpleaños de sus hermanos, o el aniversario de sus padres, pero eso lo apuntaba en un calendario que tenía detrás de la puerta de la cocina.

Lucía intentaba no dejar nada a su memoria, cada noche escribía todo lo que le había pasado en un diario, como cuando las niñas son adolescentes y luego lo leen para recordar cosas divertidas o reírse de lo ingenuas que eran, pero ella no dejaba pasar noche sin coger boli y papel.
Escribía cómo le había ido en el trabajo, lo bonito que había sido el día, la gente con la que coincidía en el autobús y si había comprado algo de ropa. Su vida parecía un mundo de colores, con pegatinas, agendas, diarios, siempre sonriente, era la chica más dulce del mundo, pero siempre estaba sola.
Vivía sola, se había independizado y nunca compartió su piso, ni con amigas, ni con su pareja, me recordaba a Amelié, tan extrovertida para los demás y a la vez tan tímida consigo misma.

Pasaron meses desde que la conocí hasta que me dejó entrar a su casa, tenía mucha luz, no era muy grande pero no le faltaba detalle. Poco a poco descubrí cosas de Lucía que nunca imaginé. Detrás de tantos colores había una chica muy oscura, sin cariño, que nunca se había enamorado.
Un día al caer dormida, no pude hacer otra cosa que leer su diario y después de esas palabras bonitas, encontré otras aterradoras que lloraban en el silencio del papel, en ellas contaba lo infeliz que se sentía cada día, porque estaba vacía.

Llevábamos cuatro meses juntos y sus palabras aunque esperanzadoras no mejoraban, ella no estaba enamorándose de mí, y sí, me prestaba atención y estaba interesada por cada una de mis cosas, pero yo la quería y tras mil vueltas a la cabeza, decidí hacerla feliz y enseñarla a descubrir el amor.
Empecé a cambiarla algunos post-its por versos de Neruda o Benedetti, fui dibujando florecitas pequeñas en la pared de su dormitorio, había días en los que le dejaba bolitas de papel en la cama donde le decía cosas bonitas.
Entonces sucedió, su diario empezó a hablar del ruido que habían los vecinos jugando y de lo feliz que era cuando me daba la mano, le acariciaba el cuello o cuando hacíamos el amor.

Todo iba mejorando, pero no la terminaba de ver enamorada, seguía siendo una chica con miedo, con preocupaciones, yo no sabía qué hacer, la quería más y más, pero no me dejaba verla bien. Una noche me levanté mientras dormía, quité todos sus post-its, descolgué el calendario y le dejé una nota en el espejo en la que ponía "te quiero". Antes de amanecer me fui de su casa. No la llamé, no le escribí, ni respondí a sus llamadas tampoco. Me limité a escribirle cada día "te quiero" en diferentes sitios. Eran siete meses los que hacía que estaba con ella, faltaban dos para mi cumpleaños y desde el mes anterior no nos habíamos vuelto a ver.

Desanimado, empecé a pensar que no había servido de nada todo mi esfuerzo, por fin llegó mi cumpleaños, era el último "te quiero" que iba a escribirle. Subí a su casa y en la puerta a punto de escribir por última vez, me abrió, me miró y no me dejó decirle nada.
Esa noche, en su diario, solo había palabras sinceras, abrió un cajón y lo guardó junto a todos los post-its que ella tenía y los que yo le cambié.

Solo me dijo una cosa, "éstos son mis recuerdos de cómo me enamoré". No hubo más recordatorios, ni más noches de escritura. Y fuimos felices.
Ahora que no está, vengo cada semana y le leo mi diario, y le escribo que la quiero, y lo hago para que no olvide que yo la quise primero.

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