viernes, 22 de noviembre de 2013

A 14 centímetros del suelo.

Me levanté un viernes normal, me puse lo primero que encontré en el armario, llegaba tarde al trabajo. Cogí el abrigo, me bebí un vaso de leche y cogí las putas pastillas, me iba a estallar la cabeza.
Hacía un frío de estos de pleno invierno y para éste aún quedaba algún tiempo, no sé cómo pero estaba sentada en mi silla un minuto antes de que dieran las ocho. El día que llegué antes de toda la semana.

Era viernes, sí, pero no tenía esa sensación, no hacía sol, amenazaban las nubes con dejar caer una lluvia nada agradable, no había prevista una cerveza al mediodía, ni siquiera había un plan de viaje ese fin de semana.

Llegué a casa, almorcé, me tumbé en el brasero, dispuesta a pasar la más deprimida de las tardes comiendo chocolate y viendo películas románticas y llorando a moco tendido porque yo también quería un final feliz y estaba sola, muy sola.
Me quedé dormida pensando en mi plan, pero me despertó una música que venía del piso de arriba, mis vecinas habían comenzado a arreglarse para salir, reggaetón, berridos varios, posiblemente la música que esté ahora de moda, pero a mí me taladraba la cabeza como cualquier ruido en un día de resaca. Decidí poner la radio mientras buscaba la banda sonora de Desayuno con Diamantes o Love Story, de pronto escuché la Flaca de Jarabe de Palo, esa canción era lo contrario que llevaba buscando todo el día, sensualidad, erotismo, alcohol, noche; me dieron ganas de apagar la radio, pero no pude.

Abrí el grifo, me di una ducha, hice una selección de canciones de las que te dan ganas de salir sí o también, subí el volumen con la intención de enmudecer la penosa música de mis vecinas y me puse a buscar la ropa.  Me decidí por unos pantalones de cuero, una camiseta roja con un escote de vértigo y una chaqueta de cuero. Me maquíllé con fuerza. Cogí el bolso, metí las gafas de sol, porque nunca se sabe, Llovía, pero no cogí paraguas.

Antes de salir me puse mis botas negras, altas, de tacón, para hacer sonar cada paso, para hacerme sentir, para subirme al mundo.

Salí decidida a comerme la noche  y sus peligros, a 14 centímetros del suelo.

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